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La fuerza humanitaria ha de ser compasiva

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Por: Víctor Corcoba Herrero/ Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

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Hoy más que nunca necesitamos caminar juntos al encuentro de culturas, compartir vivencias y facilitar laconvivencia, comprometernos en la unión y velar por la unidad, por el bien colectivo global. Esto exige lacooperación de todos los seres pensantes, el auxilio de todas las sabidurías, el entusiasmo por cohabitar realizados, pues a un gran espíritu todo le afana y desvela. En su lenguaje de acción no vive la indiferencia. Sabe que, en todaépoca, hay mucho que forjar y lo concibe como parte de su presencia.

Esta ha de ser la línea de trabajo, el tesón y laconstancia por un mundo más equitativo, donde nadie quede excluido, confiando ciegamente la solución al libredesarrollo de las fuerzas del mercado. Sin duda, este camino de prerrogativas para unos y de gravámenes para otros,es equivocado. Bajo esta ideología dominante, del capitalismo salvaje, la fuerza humanitaria se aletarga por intereses;utiliza a las personas sin miramiento alguno, y cuando ya no son productivas las descarta. Precisamente, este abandonar vidas humanas ha injertado socialmente una regresión sin precedentes, con laconsabida deshumanización de cualquier estructura política, económica, social, y hasta religiosa.

Desde luego, hemosde impulsar otros horizontes más abiertos, que nos faciliten un hermanamiento, promoviendo una globalizacióncooperativa. Está bien que los líderes se unan y trabajen en conjunto, como lo han hecho los ministros de Educaciónde América Latina y el Caribe, reunidos en Buenos Aires, para instar a las autoridades de la región a impulsar alsector educativo como una vía para alcanzar el desarrollo y lograr una mejor vida para todos.

Yo también creo, que laeducación debe repensarse mucho más, sobre todo para que esté orientada hacia lo armónico, la ciudadanía mundial ylos derechos humanos.No podemos permanecer pasivos ante la triste frialdad de los acontecimientos. El corazón bienhechor, en suverdad, calienta y respira de otro modo. Sólo así podremos tener el coraje de propagar la compasiva fuerzahumanitaria, liberadora de tantos sufrimientos, que germina de la marginación, de la explotación y de la paranoiahumana. Ciertamente, se requiere de otros bríos, más auténticos, de respuesta contundente a tantas injusticias, comoes la de ignorar a las multitudes que continúan viviendo en la pobreza material y moral, sin apenas hacer nada porellos. Cualquier gesto que nos active el alma en beneficio de nuestros análogos, debemos aplaudirlo, vociferarlo,extenderlo. Escondernos en la insensible pereza, mientras no nos toque de lleno, ni nos molesten, es una manera ruinde transitar por la vida.

Somos así de estúpidos. Hace tiempo que deberíamos haber despertado. A los poderosos delplaneta hay que pedirles un acto de humildad, para que reconozcan este ambiente de desigualdades creado por ellosmismos. Ya está bien de endiosamientos, de no compadecerse por aquellos que sufren las inútiles contiendas, por eldesplazamiento forzado o la separación de sus familias. Indudablemente, hemos de dejarnos ayudar, incluir elejercicio del acompañamiento en nuestro itinerario existencial, en lugar de volvernos locos con los cierres defronteras, que lo único que hacen es enfrentarnos más unos con otros. Quizás tengamos que aprender a anteponer lasnecesidades de los descartados a nuestro bienestar egoísta. Esta es la compasión, mucho más que sentir piedad, esponerse en el lugar del otro, sufrir con el otro. Ahí están los gritos de cientos de refugiados y migrantes al ser trasladados desde albergues informales ahoteles y apartamentos en el Norte de Grecia, como parte del comienzo de una operación conjunta de la Agencia de laONU para los Refugiados (ACNUR) y las autoridades griegas.

“No sé cómo describir la diferencia de dondeestábamos, almacenes abandonados sin calefacción, a donde estamos ahora. Pensamos que nunca pasaría. Lasmemorias de esos días estarán siempre en nuestra mente, fue una temporada muy difícil”, afirmó Rula Manan, solicitante de asilo político siria, quien vivió con su familia en un depósito por más de siete meses.

Ante estaspenurias, solo cabe pensar una cosa, que aún no hemos aprendido a amarnos.