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Jueves, 21 de Noviembre del 2024
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White House Down desata su furia en contra de monumentos estadounidenses

White House DownHay que especular que el título alterno de White House Down era America: **** Yeah!, pero obviamente no hubiese sido mercadeable. Es imposible ver la mayoría de las películas del director Roland Emmerich sin que el tema principal de la fantástica sátira Team America: World Police -de los creadores de South Park- comience a tocar en la mente, pues no existe mayor patriota trabajando en Hollywood (ni siquiera Michael Bay) que el cineasta detrás de The Day After Tomorrow, Independence Day y 2012, entre otros espectáculos de destrucción en los que Estados Unidos salva el mundo.

El hecho de que Emmerich sea alemán lleva a pensar que quizá se esté mofando del patriotismo que se sale de la pantalla sin necesidad de gafas 3D y que alcanza su máxima expresión en los minutos finales de White House Down, el segundo estreno del 2013 en presentar la Casa Blanca ocupada por extremistas (el otro fue Olympus Has Fallen, pero no se sienta mal si ya la olvidó).

La pregunta obligada es: “¿cuál es mejor?”, y la respuesta, por un leve margen, es White House Down, aunque en realidad es como elegir cuál hamburguesa de los restaurantes de comida chatarra es más saludable. La cinta de Emmerich tiene a su favor un elenco mejor utilizado, particularmente la química que se forma entre Channing Tatum y Jamie Foxx, el primero como un aspirante al Servicio Secreto y el segundo como el presidente de Estados Unidos.

Sí, los dos son capaces de realizar mejores cosas –al igual que Maggie Gyllenhaal, James Woods, Richard Jenkins y Jason Clarke-, pero todos están comprometidos con el nivel de ridiculez que emana del guión de James Vanderbilt que toma prestado en partes iguales de Die Hard y The Rock.

Es grasiento, tontísimo y medianamente entretenido. No lo voy a aburrir con las particularidades del libreto ya que las mismas no son importantes. Sólo necesita saber que el personaje de Tatum, el policía “John Cale”, queda atrapado en la Casa Blanca mientras acompañaba a su hija en un tour cuando un grupo de extremistas toma la mansión presidencial.

De ahí en adelante es un juego de supervivencia en el que el futuro de la nación –y, posteriormente, el mundo- depende de las habilidades de un tipo común obligado a tomar acción dentro de circunstancias extraordinarias. La acción sigue y sigue hasta que el director no puede evitar recurrir a los discursos patrióticos, ondear la bandera y caer en sus peores tendencias.

Si no fuera posible reírse de la película, y divertirse haciéndolo, sería más fácil ofenderse por su nacionalismo exaltado. Pero es Roland Emmerich. No puede evitarlo.