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Jueves, 21 de Noviembre del 2024
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La “indignación” selectiva de Trump

Por: Maribel Hastings
Washington DC.-

El presidente Donald J. Trump padece de “indignación” selectiva. La semana pasada dedicó su vacación de trabajo a invocar el Armagedón en su guerra de palabras con el autócrata de Corea del Norte, Kim Jong Un, con quien comparte más similitudes de las que piensa; y, como en todo lo que hace, Trump cree que se trata de un juego más para elevar sus niveles de audiencia televisivos. De ahí que sus advertencias contra Corea del Norte semejaran la bravata de un rudo de la lucha libre, con la única diferencia de que aquí las consecuencias de seguir retando a un desequilibrado mental (a otro) supondría la pérdida de vidas.

Pero para Trump todo es un juego. En medio de la cartelera Trump-Jong Un, el presidente llamó al gobernador del territorio estadounidense de Guam, al que Kim ha amenazado con desaparecer del mapa con sus armas nucleares, y tuvo la osadía de decirle al gobernador Eddie Calvo que todo esto lo estaba haciendo “famoso” y que sin duda el turismo a la diminuta isla se multiplicaría diez veces, y todo sin gastar un solo centavo.

Trump, quien evadió el servicio militar, ahora es el peligroso Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y cree que está en medio de un juego de Battleship. Se rodea de generales, pero desoye consejos y se saca de la manga amenazas militares contra Venezuela.

Cuando dijo el viernes que incluso la opción militar estaba sobre la mesa en el caso de Venezuela, las expresiones faciales de su Secretario de Estado, Rex Tillerson; de su Embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley, y de su asesor de Seguridad Nacional, el teniente general H.R. McMaster, valían un millón.

Ahí estaba Trump, maestro de la bravata, amenazando con bombas y guerras a diestra y siniestra. Pero al día siguiente, cuando supremacistas blancos, neonazis y miembros del Ku Klux Klan convergieron en Charlottesville, Virginia, para incitar la violencia y su conducta culminó en un acto de terrorismo doméstico en el que una mujer murió y decenas resultaron heridos, el bocazas Trump condenó la violencia “de todos los lados”. No pudo condenar directamente y por nombre a los supremacistas blancos que son parte intrínseca de la base que lo apoya ciegamente y a la que no quiere importunar ni apartar.

Ante la intensa presión externa e interna, Trump finalmente condenó el lunes a los neonazis, supremacistas blancos y al KKK, dos días después de la débil declaración inicial que generó la polémica, catalogándolos de “repugnantes”. Pero para Trump todos los terroristas son musulmanes y todos los inmigrantes son criminales. No condena los ataques a las mezquitas y guarda silencio cuando inmigrantes perecen asfixiados en un camión en Texas. En ese caso, su Departamento de Seguridad Nacional (DHS) habló del tráfico humano, pero sin humanizar a las víctimas y solo como un trámite.

Su yerno es judío ortodoxo y su hija, Ivanka, se convirtió al judaísmo; pero a Trump no parecen importarle los ataques antisemitas proferidos por sus seguidores y avalados por algunos de sus más cercanos asesores. Cuando la fea realidad del racismo violento doméstico deja una estela de muerte en su propio patio, Trump lee una debilucha declaración de la que se desvía para decir que condena la violencia, pero de todos los lados; es decir, no de los supremacistas blancos provocadores, y solo “aclara” sus declaraciones bajo intensa presión. Y cuando se enfrasca en una guerra de palabras con un dictador, lo hace con Kim Jong Un, pero evade a toda costa hacerlo con el presidente ruso Vladimir Putin.

La “indignación” selectiva de Trump no tiene precio.

La inmensa y antiinmigrante soledad de Joe Arpaio.

En su actual condición de delincuente ya condenado, Arpaio —quien con ese antiinmigrante estilo personal de ejercer sus funciones dejó en el nombre de Maricopa una mancha que va a costar mucho trabajo limpiar— se dio cuenta muy al final de su criticada carrera que las lealtades en la esfera política son tan endebles como un castillo de arena. Y tal parece que entre quienes toleran la xenofobia y la supremacía blanca es peor.

¿Ha dicho algo Donald Trump en favor de Arpaio desde que este fuera condenado a finales de julio, salvo tardíamente que sopesa “perdonarlo”? Esa es precisamente una de las sorpresas y reclamos del mismo Arpaio, quien a pesar de haber sido una de las primeras figuras políticas de la extrema derecha en brindar su apoyo a la entonces candidatura de Trump, no ha escuchado pronunciamiento alguno para interceder por el octogenario exalguacil.

En su momento, Arpaio dijo, hacia principios de 2016 en Marshalltown, Iowa, con una felicidad que lo embargaba: “Es fácil apoyarlo, ya que todo lo que yo creo, él lo está haciendo y lo hará cuando se convierta en presidente”. Sin embargo, en una reciente entrevista que le hiciera Infowars, un medio afín a sus ideas y tan polémico como él, Arpaio cuestionó: “¿Dónde está el presidente Trump en este caso?” Y añadió como una plañidera: “Y ante esto qué, el presidente Trump guarda silencio”.