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Jueves, 21 de Noviembre del 2024
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Trump, la antítesis de Martin Luther King, Jr.

Por: Maribel Hastings
Washington DC.-

El presidente Donald J. Trump tiene miedo. Teme que su base extremista le de la espalda en las elecciones de medio tiempo en noviembre de este año, perdiendo así el control republicano del Congreso. Teme que lo abandonen cuando busque la reelección en 2020. Depende de esa base porque ha desechado a los otros sectores de votantes. La evidencia de ese miedo es contundente.

Desde que promulgó el plan general de gastos que no financia su muro y que deja fuera algunas de las medidas antiinmigrantes que prometió en su campaña, los comentaristas ultraconservadores le han advertido que lo piense dos veces antes de decepcionar a su base. Como respuesta, Trump ha redoblado sus ataques contra los inmigrantes y contra todo lo que provenga del sur de la frontera. Escupe mentiras a diestra y siniestra con un solo objetivo en mente: demostrarle a su prejuiciosa base que todo está bajo control, que su guerra racial y cultural está intacta, que se mantengan movilizados porque no los defraudará.

De ahí que anuncie que militarizará la frontera hasta que su no financiado muro se complete y que se contradiga a cada oportunidad. Por un lado, se jacta diciendo que desde que asumió la presidencia los cruces de indocumentados han descendido, y por otro proclama que la frontera está descontrolada y que hay que militarizarla.

Las detenciones de indocumentados en la frontera sur están a su nivel más bajo en 46 años.

Tras anunciar que militarizaría la frontera, la Casa Blanca emitió una declaración el martes en la noche diciendo que la estrategia para combatir “el creciente flujo de inmigración ilegal, drogas y violentos miembros de pandillas de Centroamérica” incluye la “movilización de la Guardia Nacional”.

Trump también atacó a los demócratas del Congreso, que son minoría, por no impulsar medidas que cierren los resquicios de las leyes de inmigración que según él explotan los traficantes de gente y de drogas.

Durante el fin de semana Trump declaró la muerte de DACA sin decir que fue él quien mató al programa; atacó a México y condenó una caravana de poco más de mil inmigrantes centroamericanos que, para atraer atención a la violencia de sus países, tenían la intención de llegar a Estados Unidos a solicitar asilo.

Resulta tristemente irónico que Trump intensifique sus ataques contra los inmigrantes cuando se conmemora el 50 aniversario del asesinato del líder de derechos civiles, Martin Luther, King Jr.

El Estados Unidos al que aspira Trump, uno dominado por la avaricia, el prejuicio, las divisiones raciales y de clase, la falta del respeto al prójimo, uno que coquetea con la autocracia, va en contra de todo lo que predicaba King sobre justicia e igualdad en una verdadera democracia.

Como dijo Ben Jealous, líder de derechos civiles y expresidente y CEO de la Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color (NAACP) en una entrevista televisiva: “Trump está atacando todo lo que King defendió… Donald Trump está esencialmente volviendo a matar a King”.

Le han pasado tantas cosas malas en tan poco tiempo a este país, que pareciera que la historia actual se ha querido ensañar contra una sociedad que tenía mucho por aprender y también mucho por enseñar. Por aprender del resto del mundo y de la historia misma de la ignominia para no repetirla. Por enseñar sobre su convencimiento en torno a la lucha por los derechos civiles y las libertades en su corta edad como nación.

Pero llegó Trump. Con su racismo. Con su xenofobia. Con su discriminación. Con su política antiinmigrante. Con su odio. Desde su Casa Blanca, a la que trata como propiedad privada, Trump ha querido refundar esta nación a partir de su inexperiencia moral, con base en el prejucio como estrategia y en el racismo como política pública. Y entre esas dos instancias, con base en la mentira compulsiva como único legado visible de sus relativas “victorias”, una de las cuales lo llevó, con el voto de sus huestes de engañados y la ayuda de un confuso Colegio Electoral, a la presidencia. Y ahí sigue.

Es de dudarse que la militarización que pretende en la frontera con México — para cuidar, según él, la zona mientras se construye el muro— derive en un conflicto mayor. Lo más que puede provocar es una acostumbrada crisis diplomática entre dos países que, francamente, han caminado juntos por un escabroso sendero de espinas, tratándose siempre como los eternos “vecinos distantes” que alguna vez protagonizaron una guerra. Es de no creerse también que cambie su postura sobre DACA, los Dreamers, TPS, ciudades santuario, el veto a musulmanes, ni mucho menos que modifique su soez vocabulario para referirse a otras personas y otros pueblos.

Es seguro que no dejará de confundir a propios y extraños con sus exabruptos momentáneos como niño mimado que no quiere lo que le dan, pero desea lo que no tiene, a fuerza. Es fácil inferir que continuará con su actitud sobrada como todo acosador, no sólo en relación con otras potencias que lo han dejado sin habla —China, Corea del Norte—, sino con los más vulnerables, que resultan ser los inmigrantes en una nación de inmigrantes. Es entendibe que seguirá esquivando la justicia hasta donde pueda mientras avanza sin detenerse la investigación sobre la “trama rusa” y la colusión del gobierno de Putin en las elecciones estadounidenses de 2016. Es decir, si nos damos cuenta, ha tejido toda una telaraña de acontecimientos para encubrir algo más profundo y comprometedor, algo que precisamente ha hecho caer poco a poco a algunos involucrados —Manafort, Flynn, Van Der Zwaan—, amén de la desbandada de funcionarios que ha eliminado de su equipo, sin “motivo” aparente. Y los que faltan.

¿Qué es exactamente lo que esconde, al pretender la creación de un estado policiaco, antiinmigrante y racista? Esa debería ser precisamente la línea de investigación más importante, además de lo que persigue el equipo del fiscal especial Robert Mueller.