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Sábado, 21 de Septiembre del 2024
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El condado de Brooks, el valle de la muerte de inmigrantes sin nombre

Por: Paula T. Castellanno
Falfurrias, Texas.-

Condado de Brooks

Es algo común ver como varias sombras emergen de los arbustos y se acercan a las escasas viviendas que se reparten esta sabana para, al límite de sus fuerzas, pedir agua.

Guadalupe, Wilfredo, Héctor o Marta son los nombres de los muertos. Sus identidades emergen meses o años después a más de cien kilómetros al norte del río Grande, entre las espinas de mezquite en una de las zonas más remotas de Texas: el condado de Brooks.

“Ahí fuera, con este calor, un cuerpo se queda en piel y huesos en sólo dos semanas”, explica en Falfurrias (cabeza de gobierno del condado de Brooks) el condestable Art García antes de preguntar: “¿Cuántos llevamos este año? ¿Treinta y dos?”.

Son 33 inmigrantes; el último, el 29 de agosto. Fallecen por falta de agua o lesiones en un paraje donde en agosto se alcanzan los 45 grados centígrados y donde la maleza y los vallados de los ranchos hacen de la travesía un calvario aún más doloroso. Tras cruzar la frontera con México, los “coyotes” (traficantes de personas) los trasladan desde la orilla norte del río Grande hasta varios kilómetros antes de llegar al puesto de vigilancia de Falfurrias, uno de los alrededor de 30 que la Patrulla Fronteriza ha instalado tierra adentro, en la carreteras de acceso a las grandes ciudades como capa adicional de vigilancia.

El ayudante del Sheriff del condado, Urbino “Benny” Martínez, explica que los inmigrantes van en grupos con un “coyote” a la cabeza, mientras otros dos sirven de avanzadilla, oteando el terreno inhóspito y comunicándose por teléfono.

Los que sucumben a la ruta son hallados por rancheros en puntos casi inaccesibles de este condado semidesértico de más de 2.500 kilómetros cuadrados (tres veces más grande que todos los barrios de la ciudad de Nueva York). En la oficina del Sheriff, un humilde edificio forrado con madera tosca al lado de la prisión del condado, vuelve a sonar el teléfono.

“Tráfico de inmigrantes ilegales”, un aviso que se ha convertido en uno de los más comunes desde que el Valle de Río Grande pasó a ser la ruta preferida de los que persiguen el “sueño americano”.

Es algo común ver como varias sombras emergen de los arbustos y se acercan a las escasas viviendas que se reparten esta sabana para, al límite de sus fuerzas, pedir agua, explica una vecina de Encino. Uno de los cinco agentes que tiene que responder a estas llamadas o a los levantamientos de cadáveres es el Ayudante Martínez, un hombre duro como el desierto que mantiene a una distancia prudencial sus escopetas, su gabán y su sombrero vaquero.

“Estamos trabajando para que quede registro de lo que pasa aquí. Es complicado que un departamento humilde como el nuestro se encargue por su cuenta de la situación. Es algo insostenible”, explica Martínez, que cuenta con el aporte de la Patrulla Fronteriza.

Antes de que llegaran el nuevo Sheriff, Rey Rodríguez, y Martínez los cuerpos o los restos de los inmigrantes eran depositados en fosas comunes en el cementerio del pueblo de Falfurrias, cerrando la posibilidad de que los centenares de fantasmas que por aquí pasan se convirtieran de nuevo en un nombre.

“Los familiares aseguraban que sus allegados había desaparecido antes de entrar aquí y nos movilizábamos para que se registraran las muertes y se hicieran pruebas de ADN.