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Sábado, 23 de Noviembre del 2024
| 6:14 pm

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Hondureña lleva 33 años ayudando a barrios pobres de San Pedro Sula

San Pedro Sula, Honduras.-

Honduras

Reina Fúnez viaja desde hace 33 años de Nueva York a San Pedro Sula con un solo objetivo de ayudar a más de 100 familias con una provisión de comida al año, afuera de su casa cientos de niños esperan unos dulces tras un cena.

Su preparación dura 12 meses y con fondos propios y colaboración de algunos compañeros de trabajo realiza una fiesta en su casa de habitación en la colonia Louisiana en San Pedro Sula para entregar las provisiones y llevar su testimonio de fe a quienes más lo necesitan. La casa de Reina tiene una amplia galera que ella y sus colaboradores han acondicionado con suficientes sillas. Al fondo hay mesas cubiertas de grandes recipientes con pollo, arroz, pan y ensalada que servirán para dar de cenar a los beneficiados antes de la entrega de las provisiones. Detrás de las mesas hay un altar religioso.

Mujeres y niños forman la mayor parte del numeroso grupo que ha venido hoy a recibir ayuda y celebrar. Las pláticas de los vecinos se confunden con las risas de los niños. Junto al portón, los organizadores reciben a la gente que sigue llegando.

“Lo que nos da nos ayuda muchísimo”, dice a LA PRENSA Dolores Bonilla, quien acompañada por su hijo menor espera, al igual que otras 400 personas, compartir la cena y llevarse a su hogar una bolsa con productos de la canasta básica.

En este mes de junio, Reina, su hija menor Jenny, un grupo de amigas y colaboradores emprendieron la tarea de hacer felices a 400 habitantes de una de las colonias que no tienen calles pavimentadas y donde muchas veces las aguas residuales recorren las vías por las que diario caminan cientos de niños y niñas. Sumado a esto, los últimos crímenes en esa zona la han estigmatizado como una de las más peligrosas de San Pedro Sula, pero estas estadísticas no le dan miedo a Reina porque sabe que su labor no se terminará por las malas noticias. En un inicio regalaba juguetes, pero después se dio cuenta de que las necesidades eran más fuertes y cambió las muñecas o carros por una provisión que va desde arroz, café, frijoles, aceite y harina hasta leche.

“Me gusta compartir con los vecinos. A veces, uno quisiera tener más para poder ayudar a otros, pero vamos poco a poco con lo que Dios nos da porque nace del corazón”, dice Reina, mientras ella y sus colaboradores organizan a los grupos de personas que irán desfilando poco a poco en medio de las sillas para recibir su cena.