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Viernes, 22 de Noviembre del 2024
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Bitácora del búho entre la voluntad y el pesimismo

Por: Ruddy Orellana V.
Washington DC.-
2013 tarjeta fin de anoA hurtadillas, nos preguntamos sobre si nuestras voluntades justifican las derrotas que nos envían las desesperanzas. La vida es una eterna dualidad, un todo que por capricho o predestinación siempre se doblará en dos: mitad luz, mitad sombra. Pero, ¿cómo saber qué mitad nos tocará? Justamente ahí yacen las elementales formas de hacernos vulnerables cada día. Parecemos seres bifurcados entre una esperanza y una desilusión. Acaso esté parafraseando las luces pesimistas de Shopenhauer:

“Toda vida es esencialmente sufrimiento”. Pero esto no tendría que dar pie a la evocación total y voluntaria de una forma de vida fáustica. No hallo diferencia sustancial entre la voluntad y el pesimismo cuando éstas se encuentran en la misma posición de lucha, es decir, mientras exista voluntad estará como objetivo la esperanza y, cuando haya pesimismo, la esperanza también será una finalidad ineludible. Pareciera que la gente pierde a menudo ambas cosas. Voluntad y esperanza no son dos aspectos que tengan que extraviarse con facilidad, aunque, paradójicamente, la ausencia de una de ellas hace factible una perenne búsqueda de la felicidad.

Hace unas semanas leí un ensayo del filósofo José Carlos Castañeda, en él se anotaba con particular atención ese dualidad casi perpetua de la humanidad. Esa constante pugna del hombre por la desazón y la esperanza. En ese ensayo anote una reflexión shopenhaueriana que si bien contenía una verdad inequívoca, seguramente pondría los pelos de punta a su delicado rival, Friedrich Nietzsche; “la lucha por la vida no es por amor a ella sino por temor a la muerte que, sin embargo, nunca deja de avanzar. Cada uno de nuestros movimientos respiratorios evita la muerte, con la cual luchamos a cada instante, y lo mismo sucede al comer y al dormir. Pero la muerte ha de triunfar necesariamente, porque le pertenecemos por el hecho mismo de haber nacido y no hace en último termino sino jugar con su víctima antes de devorarla”.

Esta reflexión me impulsa a mencionar otra dualidad vigorosa: felicidad y adversidad. ¿Qué es la felicidad? ¿Un grado sumo en el que la armonía espiritual del ser humano logra consolidar su finalidad? Para los cínicos, todo saber debía ser rechazado si no conducía a la felicidad. En consecuencia la felicidad es un bien pero también una finalidad, es pues una ética de bienes y finalidades. Desde Kant es una “Etica material”. Deduzco que la felicidad sólo es alcanzable si poseemos voluntad, voluntad por lograr una finalidad, esa finalidad esta construida con mucho de la esperanza, esa misma esperanza es la que nace de la desilusión, es decir, de ese pesimismo que en la práctica sufre una trayectoria evolutiva que desemboca, dependiendo de su destino, en la ventura.

Lo que Shapenhauer eludió, quizá a contrapelo, fue la voluntad vigorosa del ser humano en cuanto querer. Esa misma que Nietzsche, aún en su cuestionada retórica enarbolaba a ultranza como voluntad de poder. ¿Pero, cómo enfrentar ese pesimismo shopenhaueriano?. Quizá la respuesta esté en la forma de ver, de conocer y de interaccionar con la vida misma. Nietzshe nos encamina por ese modo de sobrellavar los desaires de la existencia sin ser un decadente, un pesimista o anidar en nuestra esencia el “Espíritu de la Pesadez”. La pesadez es quien consume la luminosidad. Sin embargo, la voluntad hace del hombre un ser vigoroso que tiene que suspenderse en una cuerda de maromero, entre la luz impulsada por la voluntad y el abismo devorador del pesimismo, la primera es quien revitaliza la oscuridad que envuelve al hombre, la inseguridad y la duda, la segunda, es un tánatos determinante.

A escasos días para que este 2013 casi cabalístico oculte su rostro atormentado, desde occidente a oriente, desde las ideologías, diametralmente opuestas, impuestas, que descubrieron el rostro frío y grotesco de los dogmas, de la demagogia y la mentira, hasta el acto de fe tan sublime que arrastra al hombre hacia ese deseo de sobrevivir a la soledad y al escepticismo, el amor. Es necesario apostar una vez más a la esperanza y creer con plena convicción de que lo mejor está por venir. Apostar por una vitalidad y voluntad que inviten a contemplar el pasado, aunque con nostalgia, pero con un atisbo de felicidad que, aún “permaneciendo ésta en la zona más optimista de la desdicha”, siempre traerá consigo un viento primaveral que refrescará los torpes coletazos de los desalientos.