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Sábado, 21 de Septiembre del 2024
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Pueblos en conflicto, ciudadanos desesperados

Por: Víctor Corcoba Herrero/ Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Marcha

Reconozco que una de las estampas que más me conmueve es ver la huida forzada de sereshumanos. Por desgracia, son muchas las almas que han de trasladarse para poder sobrevivir. La guerracontinua siendo la principal causa del inexcusable desplazamiento. Las cifras nos dejan sin palabras. El cincuenta y cinco por ciento de los refugiados provienen de cinco países afectados por conflictos armadosy situaciones de violencia generalizada: Afganistán, Somalia, Irak, Siria y Sudán del Sur. Respecto a laspersonas desplazadas, figuran no solo países lejanos a América Latina como Siria, sino también la mismaColombia. Asimismo, hay diez millones de ciudadanos que carecen de una nacionalidad, en países talescomo Myanmar, Côte d'Iviore, República Dominicana, Tailandia, entre otros.

En cualquier caso, todosellos son latidos de vida que desean normalizarse. La esperanza de una salida humana a su desesperaciónjamás la pierden. Recordemos que, en las adversidades, cualquier persona es salvada por la confianzapuesta en sus análogos. Este desbordante número de desplazados nos recuerda la necesidad de superar divisiones, deponer sosiego en un mundo convulso, de renovar nuestro compromiso por entendernos, de la obligaciónde auxiliar a las personas que han tenido que abandonar su propio hábitat. No podemos permitir que niuna sola persona se vea rota por contiendas inútiles de unos contra otros, que ni una sola familia se veadesgarrada por el absurdo de las batallas. Los niños son casi siempre los que más sufren.

La asistenciahumanitaria no es suficiente, se precisa atajar de raíz este mal con otros gestos más directos, como laconstrucción de un mundo más respetuoso con la ciudadanía, y especialmente con los más débiles,teniendo en cuenta que la solución a este proble- m a sólo puede venir del diálogo comprensivo, de lamoderación en nuestras actitudes, de la compasión por quien sufre esta situación de exclusión, con labúsqueda de soluciones conjuntas y globales, a través del sentido de la responsabilidad de todos para contodos. Reconozco que no es nada fácil tener que reiniciar la vida alejado de los nuestros, teniendopresente además que la mayoría de las personas que huyen desesperadas, tienen que elegir entre algohorrible o algo aún peor. Por consiguiente, hemos tomar conciencia de esta angustiosa realidad, donde lospueblos se alzan en irracionales conflictos, apoderándose de ciudadanos verdaderamente desmoralizados.

Al conmemorar durante este mes de junio, concretamente el veinte, el Día Mundial de los Refugiados,pienso que sería bueno, no sólo recordar las causas que obligan a estas personas a desplazarse obligadaspor todo el mundo, también sería humano hacernos el propósito, cada cual consigo mismo, de brindarlesnuestro incondicional apoyo. No olvidemos que podemos ser cualquiera de nosotros los que un díapodemos padecer esa movilidad impuesta. En muchos casos huyen a la desesperada, para salvar su propia existencia, con la intención dehallar seguridad, protección y una manera de satisfacer sus necesidades más básicas.

Por eso, lasolidaridad internacional es imprescindible. Me consta que multitud de ciudadanos, ante estaaglomeración de sufrimientos inenarrables, depende de la asistencia material y de la protección jurídicade organizaciones caritativas. En consecuencia, tanto nuestra comprensión como nuestro auxilio,contribuirá a que encuentren en el mundo el hogar perdido. Ciertamente, la especie humana en suglobalidad ha de abrir sus brazos a esos pueblos en conflicto, para acoger a esos ciudadanos desalentados,abatidos, sin horizonte alguno. Hagamos, pues, del planeta una ciudadanía sin fronteras, donde todos nos sintamos porción yproclama de la reconciliación, según la cual nadie pueda ser considerado un estorbo, fuera de lugar odescartable. Realmente, todos necesitamos sentirnos acompañados por gente compasiva y, a la vez, acompasados por lo armónico.