Las puertas han de estar siempre abiertas para acoger
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- Categoría: Reflexion
- Publicado el Sábado, 8 Agosto 2015 10:48pm
Por: Víctor Corcoba Herrero/ Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Hemos construido un mundo de puertas cerradas, cuando han de estar siempre abiertas paraacoger, en favor de los más desfavorecidos. La llave maestra es don dinero como siempre. Quizás uno delos grupos más menospreciados sean los pueblos indígenas. Según Naciones Unidas hay por lo menoscinco mil grupos aborígenes y autóctonos, compuestos de unos cuatro centenares de millones de personas,que viven en cerca de cien países de cinco continentes. Junto a estas gentes, también hay otras excluidas ytotalmente marginadas de los procesos de toma de decisiones, que suelen habitar en las periferias, comosi fueran productos de desecho.
Es aquí, en estos sectores de la población, donde la hospitalidad enfamilia es una auténtica virtud decisiva. También cohabita otro grupo de despreciados en cualquieresquina del mundo, no sabemos cuántos, porque a veces tienen que ocultar su identidad, abandonar suidioma y hasta sus costumbres tradicionales para poder vivir. Deberíamos sumar asimismo la cantidad depersonas explotadas, sometidas a represión y tortura, cuando pretenden alzar la voz en defensa de susderechos.
Por consiguiente, ya que cada año, el nueve de agosto, se conmemora el Día Internacional delos Pueblos Indígenas, convendría poner más empeño en la promoción y protección de sus ansias porvivir dignamente, que son esenciales para nuestro futuro en convivencia y, a la vez, imprescindibles paracrecer como familia.En ocasiones pienso en la cantidad de celebraciones que no sirven para nada, pero también lasconsidero necesarias, cuando menos para despertarnos la conciencia.
Por desgracia, las estructuras depoder, incluso en marcos constitucionales, con Estados sociales y democráticos de Derecho, han creado ysiguen creando obstáculos al derecho de ciudadanía. Los negros tintes de la exclusión y la pobrezadificultan enormemente el desarrollo humano, como un ser dispuesto a hermanarse con su misma especie. Quizás tengamos que pasar del compromiso a la acción. Estamos hartos de comprometernos con lapalabra, sin pasar de las buenas intenciones. Esta es la cuestión.
Por ende, la primera puerta que hemos detener abierta es la del corazón, puesto que sí ésta permanece indiferente, todo será decir y no hacer nada. Desde luego, es importante escuchar la voz de todos y de cada uno de nosotros, si realmente queremospromover un crecimiento humano en el planeta. Qué alegría más genuina siente el que hace del amor sucompañero de viaje, puesto que éste domina todas las cosas. De ningún modo ofrecerá discursos vacíos.Aborrece todo lo que no es sentimiento. Hoy más que nunca necesitamos levantarnos unos a otros paraaprender a crear fraternidad. Perseverar en los valores humanos, sin tener miedo a comprometernos depor vida, ha de ser nuestra acción continua.
Objetivamente, tal vez hemos venido a aprender a convivir,sin otra defensa que el bien colectivo de la familia humana. Sin duda, para ello, hemos de derribar losmuros de la desconfianza y del odio, promoviendo una cultura de mediación que nos reconcilie ysolidarice. Nada es tan urgente como esto último, sobre todo para conciliar las opiniones contrarias y, así,poder restablecer caminos de concordia.
Efectivamente, la sintonía es más del alma, que en realidad es aquello por lo que existimos,concebimos y también maduramos. En consecuencia, no es posible formar parte de un pueblo, sentirsepróximo, si hemos fracturado nuestros propios vínculos de familia, de filiación o hermandad. En losúltimos tiempos, mucho se habla de progreso; sin embargo, millones de ciudadanos de todo el mundo nose benefician de estos avances. Sabemos, además, que todos los años mueren casi seis millones de niñosantes de su quinto cumpleaños.
Esperemos no tener que avergonzarnos por no haber hecho más por losrelegados, pues generando más igualdad de oportunidades para la infancia de hoy, significa menosinequidad y más mejora para el mundo el día de mañana. Al presente, la misma dignidad corre peligrocuando una estrecha amplitud de miras, desmembrada de las exigencias objetivas de la cuestión ética,lleva a decisiones que benefician a unos pocos afortunados, ignorando los sufrimientos de ampliossectores de la familia humana. Es el momento, entonces, de intensificar la convicción de que lahumanidad tiene que ser una piña.