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Viernes, 15 de Noviembre del 2024
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Las más altas cotas de miseria, se precisan obreros que fraternicen

Por: Víctor Corcoba Herrero/ Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Obreros fraternizan

Cada día estoy más convencido que el ser humano ha de armarse menos y amarse más; y, enconsecuencia, debe ir pensando en establecer un final para toda contienda, antes de que un clima deabsurdas rivalidades tomen como reo al propio ciudadano como tal, estableciendo un fin para toda laespecie humana. No podemos seguir deshumanizándonos. Hemos de tomar la conciliación como verbo y,entonces, comprenderemos que nada de lo que ocurra a un individuo, por insignificante que nos parezca,puede resultarnos ajeno a nosotros.

Realmente, ha llegado el momento de generar un sentimiento mundialde cercanía, activado con la fuerza revolucionaria de aglutinar todas las culturas, para poder identificar yobligar a rendir cuentas a tantos responsables del uso de tantos artefactos que, no solo destruyen lailusión, sino que matan, como los relativos a la utilización de sustancias químicas tóxicas, que a pesar deestar prohibidas, continúan siendo utilizadas. Un mundo cruel vierte sus venenos sobre inocentes y, vemos de un lado, las ingentes riquezasdominar a su antojo las economías, y del otro, la innumerable multitud sufriente, que debería renovar elcompromiso con los valores humanos.

Ojalá hubiese muchos trabajadores humanitarios, dispuestossiempre a socorrer a las personas necesitadas. A mi juicio, la supervivencia del linaje va a dependermucho de estos heroicos obreros de la donación y de la entrega generosa, siempre dispuestos a dejarse lavida por una causa común, como es la justicia, la dignidad y el desarrollo. Este es el espíritu humanitarioque precisa hoy el planeta como jamás.

Evidentemente, renunciar a nuestra identidad es un improcedenteacto de resignación, igual que desistir de nuestra libertad, de nuestra calidad de ciudadanos del mundo, y,por ende, de todos los deberes de la ciudadanía. Los países tampoco se pueden utilizar como campos debatallas, sino como lugares donde es posible el diálogo y los acuerdos. Quizás deberíamos ser menossectarios, más incluyen- tes y más democrá- ticos; puesto que un pueblo digno de tal armonía, hace sentir alciudadano la conciencia y la validez de su voz, de sus obligaciones y de sus derechos, de su libertad unidaal respeto de la autonomía y de la dignidad de los demás.

Me gustaría subrayar, pues, que ciertamente ante las más altas cotas de miseria, que hoy respirael mundo, se precisan obreros que nos hermanen con urgencia, declarando si es preciso: la guerra a lasguerras. Es cierto, de pronto, parece que el espíritu de la invasión se ha apoderado de toda la humanidad. Todos los días hallamos combates en los medios de comunicación. La hostilidad se ha adueñado denuestro lenguaje, en parte porque nos hemos distanciado unos de otros, y aunque el odio no se compra enlos mercados, sí que hay un escandaloso comercio guerrero que debiéramos cortarlo de raíz. Realmente,esto se produce cuando la persona, cúspide de la creación, pierde de vista el horizonte de belleza y dedesprendimiento, y se encierra en su propio egoísmo. Con razón, una persona egoísta sería capaz delevantar una muralla con tal de sentirse señor y gobernante.

Precisamente, es el altruismo de los asistentes humanitarios, su espíritu solidario, lo que debeanimarnos a reflexionar y a impulsar, como referente y referencia, la conmemoración del Día Mundial dela Asistencia Humanitaria (19 de agosto). Estas gentes de bien, o si quieren de bondad y verdad, hanpreferido enrolarse a echar una mano a los empobrecidos de esta vida, muchas veces abandonando lacomodidad de sus hogares. Sus esfuerzos por salvar vidas, en ocasiones en sitios inseguros y en lugaresde gran peligro, merecen el mayor de los reconocimientos. Además, con su quehacer, están haciendofamilia, construyendo un mundo más unido y reconstruyendo un espacio más fraternizado, en una tierraadueñada por un diluvio de injusticias.

Al fin y al cabo, nosotros mismos somos nuestros propiosdestructores, y así, nada puede destruirnos, excepto la humanidad misma con sus miserias. Sería saludable, por consiguiente, que nos interrogáramos y examináramos nuestra particularexistencia, para ver si hacemos lo suficiente por los demás, o aún podemos implicarnos más. Noolvidemos que todos somos dependientes de todos, por más que reivindiquemos nuestro espacio deindependencia.